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LA ROSA DE SANTIAGO

La lluvia caía a torrentes y las señoras encargadas de rezar se levantaban las enaguas saltando charcos y persignándose cada vez que un relámpago sacudía el Cerron.

Corría el mes de julio en vísperas de la feria de Colis era costumbre que el patroncito como le llamaban al santo del pueblo saliera en procesión a visitar a los vecinos de la comunidad siempre acompañado del fiel san Antonio, siempre en procesión que los pequeños armonizaban haciendo sonar unos viejos caparazones de tortuga y un chinchín echo de morro lleno con semillas de maíz. Mientras otros se peleaban por cargar las alcancías de madera donde se depositaban las limosnas. Siempre en procesión, siempre con tortugas y chinchines, cada noche en una casa distinta en vísperas de la feria de Colis.

Ese día tocaba al patroncito Santiago pasar la noche en casa de doña Mercedes y la expectación era muy grande ya que la señora tenia fama de cocinar el mejor ponche de leche de la región cuya preparación era casi una obligación en los rezos del patrón.

Desde muy temprano doña Meches junto con sus hijas Lucia y Juanita se habían levantado a preparar la casa y adornar el altar donde esa noche descansaría el santo patrón Santiago.

Juanita soñaba desde hacia varios días con esos momentos la llegada de la procesión a su casa solo se daba una vez al año y era la ocasión perfecta para jugar con sus amiguitas hasta muy tarde y atiborrarse la panza con todo el ponche de leche que pudiera tomar. Además de los tamales y enchiladas que complementaban el menú de la celebración.

Para Lucia también era una fecha esperada desde hacia tiempo, pero no por las mismas razones de su hermanita sino por una que nada tenia que ver con juegos o con comida. Su novio Marcos después de mucho insistir había logrado que se decidiera a escapar con él y habían fijado esa fecha para hacerlo aprovechando la confusión del rezo y el ir y venir de la gente.

Mientras colocaba las flores en el altar Lucia pensaba en como seria su vida junto a Marcos, la gente decía que él era un mujeriego y borracho pero ella sabia que podía hacerlo cambiar con su amor. Pero realmente esa no era su mayor preocupación le dolía mas dejar a su mama y a su hermanita solas, la tristeza que les causaría seria muy grande quizás comparada con la que sintieron hace años cuando murió su padre.

Pero sentía que en su destino ya estaba marcado el camino que debía seguir y ese era el de acompañar a Marcos donde se lo pidiera.

 

La tarde transcurrió entre preparativos y prisas. Mientras se acercaba  la hora de la llegada de la procesión el cielo dejo caer sus lagrimas a la tierra

Llorando con tal fuerza que los techos parecía que se iban a desplomar.

Pero nada podría impedir el siempre caminar de la procesión siempre, con chinchines siempre con tortugas.

La lluvia caía a torrentes y las señoras encargadas de rezar se levantaban las enaguas saltando charcos y persignándose cada vez que un relámpago sacudía el Cerron.  

Y de pronto como si Dios quisiera que no se interrumpieran los acontecimientos de aquella noche, el cielo se abrió y la lluvia se convirtió en una suave llovizna, luego solo quedo un frió nocturno que hacia que las señoras se envolvieran en sus rebozos.

Bombas canchinflines y siempre, siempre, siempre el sonido de tortugas y chinchines acompañando a Santiago y al siempre fiel san Antonio mientras las cantoras entonaban con sus tristes voces aquel himno que decía.